8 oct 2010

Picasso en la cerámica

"La azarosa historia del descubrimiento por Picasso de las posibilidades plásticas de la cerámica ha sido contada muchas veces. Aunque sus primeros escarceos con este antiquísimo procedimiento técnico tuvieron lugar en los años 1902-1906, cuando conoció a Paco Durrio en París, y en el decenio de los veinte junto a Jean Van Dongen, no será hasta 1947, en el periodo de optimismo que sigue a la guerra mundial, que se decida a sumergirse de lleno en este nuevo trabajo creativo. Para ello, fue sin duda decisivo el conocimiento en 1946 del taller Madoura que el matrimonio formado por Georges y Suzanne Ramié poseían en Vallauris, un pueblecito provenzal a pocos kilómetros de Golfe Juan que el propio Picasso había visitado fugazmente con Paul Eluard en 1936. Cuando diez años después entró por primera vez en la fábrica, Picasso, que ya entonces quedó impresionado por la despierta inteligencia de Jules Agard, el alfarero jefe del taller, cogió un poco de arcilla y modeló con sus propias manos unas cuantas figurillas, las mismas que, para grata sorpresa suya, encontró cocidas y cuidadosamente guardadas en el verano de 1947. A partir de ese momento se entregó con juvenil impulso a una actividad en la que, una vez más, dejaría sentir con toda la fuerza incontenible de su pasión creadora la huella imborrable de su proteica personalidad artística. La vieja artesanía del pueblo, que desde hacía años se encontraba en franca decadencia, volvió a renacer, y Picasso otorgó, como sólo él era capaz de lograrlo, un prestigioso estatus artístico a un quehacer tradicionalmente considerado menor.
Como en todos los otros campos artísticos en los que trabajó, Picasso también investigó las posibilidades plásticas de la cerámica, tratando de obtener el mayor partido posible a los materiales y a los procedimientos técnicos que se empleaban en el taller, tensándolos al máximo, hasta el punto de que Suzanne Ramié llegó a advertirle en más de una ocasión que ciertos descabellados experimentos habrían necesariamente de fracasar durante el proceso de cocción, si bien casi siempre después, a la vista del resultado, tenía que admitir que lo que era imposible para otros, Picasso inexplicablemente solía conseguirlo. Generalmente aprovechaba las formas de los cacharros y objetos de cerámica que torneaban los operarios, pero que terminaban siendo transformados por completo debido a las incisiones y a las figuras pintadas con engobes, esto es, mezclas de arcilla y agua con óxidos coloreados que se aplicaban sobre la superficie. Otras veces, muy pocas, el material era arcilla chamoteada, es decir, una mezcla de arcilla con barro cocido y molido que ofrece una gran resistencia al fuego. Aquellas formas eran platos, fuentes, vasijas y jarros que, o bien conservaban su utilidad, o bien, por lo común, terminaban siendo objetos decorativos que, por efecto de algunas manipulaciones o como consecuencia de su nueva categoría estética, dejaban de tener un uso práctico.
Esas manipulaciones consistían en apretar en diferentes lugares la arcilla todavía blanda, o alterar las asas y modificar otras zonas del cacharro, de modo que adoptase una nueva forma, habitualmente femenina, que es quizás en la que de manera más natural y fecunda se despliega el genio picassiano. Las figuras representadas eran las características de su imaginería y de su particular bestiario: faunos, toros, peces, cabras, aves, caras, personajes. Llama poderosamente la atención, sin embargo, la perspicacia en aprovechar los entrantes y salientes de la superficie, las protuberancias y zonas curvadas, por ejemplo, para resaltar determinadas partes del cuerpo femenino, o incluso acomodar la figura pintada al espacio disponible. En otras ocasiones son levísimas modificaciones, incisiones muy precisas y rápidas, las que consiguen crear una forma humana original, palpable demostración de que Picasso es quizás el artista que con menos elementos ha conseguido una mayor capacidad expresiva. También hay muestras de su sentido del humor y de su permanente actualización respecto a los lenguajes contemporáneos, como cuando, haciendo un irónico guiño al pop, pinta de amarillo un bikini en una vasija que, con sólo dos pequeñas incisiones, una para el ombligo y otra para señalar la divisoria de los muslos, queda convertida en una esbelta figura femenina."

Enrique Castaños Alés

Diario Sur de Málaga 16/07/2004